Maury Guzmán Chiomante
CIUDAD DE MÉXICO. – El 30 de enero de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró emergencia sanitaria por el virus SARS-CoV-2. Ante esto, surgió una gran cantidad de variedad de pruebas, antisépticos y equipo de protección personal que incluyen desde cubrebocas, hasta overoles, toneladas de plástico producidos por empaques de gel antibacterial, bolsas, unicel, entre otros tantos. Los esfuerzos durante esta pandemia han estado encaminados a reducir el contagio y la propagación del virus, pero ¿a dónde se está yendo esta gran cantidad de desechos?.
Las cifras de basura sanitaria generadas durante la pandemia son desorbitantes y es ahí donde encontramos el daño negativo tras combatir esta pandemia, ya que según un informe de la Organización Mundial de la Salud desvela que la campaña global contra el coronavirus ha generado decenas de miles de toneladas de desechos médicos adicionales.
La agencia sanitaria de la ONU destaca en su análisis que la acumulación de estos residuos supone una enorme presión a los sistemas de gestión de desechos sanitarios alrededor de todo el mundo. Añade que esta situación supone una amenaza para la salud de las personas y del medio amiente y que pone de manifiesto la necesidad urgente de mejorar las prácticas de gestión de desechos.
Según el Doctor Michael Ryan, director ejecutivo del Programa de Emergencias Sanitarias de la Organización, «es absolutamente vital proporcionar a los trabajadores sanitarios equipos de protección personal adecuados», al mismo tiempo, “también es vital garantizar que se puedan utilizar de forma segura sin afectar al medio ambiente circundante». Y es por eso que para lograrlo la ONU destaca que es necesario disponer de sistemas de gestión eficaces, que incluyan orientaciones para el personal sanitario sobre qué hacer cuando ya se hayan usado los equipos y los productos sanitarios.
Pero la realidad del reciclaje de los desechos en los recintos hospitalarios dista de ser óptima. En la actualidad, el 30 % de los centros no están equipados para gestionar las cargas existentes de residuos sanitarios, y mucho menos la cantidad adicional que genera el COVID-19. Esta cifra aumenta al 60% en los países menos desarrollados.
«El COVID-19 está forzando al mundo a reconocer las lagunas y los aspectos desatendidos del flujo de residuos y la forma en que producimos, utilizamos y desechamos nuestros recursos sanitarios, desde la cuna hasta la tumba», afirmó la directora de Medio Ambiente, Cambio Climático y Salud de la Organización.
Para evitar que el daño ambiental se incremente, es importante llevar a cabo un cambio significativo a todos los niveles en la forma en que gestionamos el flujo de residuos sanitarios tanto a nivel mundial como “hasta las plantas de los hospitales”.
La Organización de las Naciones Unidas emitió algunas recomendaciones entre ellas figuran el uso de: Embalajes y transportes ecológicos, equipos de protección personal seguros y reutilizables (por ejemplo, guantes y mascarillas médicas) y materiales reciclables o biodegradables.
También aconseja invertir: En tecnologías de tratamiento de residuos que no requieran incineración, en una logística inversa que apoye el tratamiento centralizado e inversiones en el sector del reciclaje para garantizar que los materiales, como los plásticos que puedan tener una segunda vida.
El daño ambiental producido por esta pandemia puede reducirse o subsanarse si se implementan políticas y reglamentaciones nacionales enérgicas, ampliar la supervisión y los informes periódicos, exigir la rendición de cuentas por medio de las empresas que surten los materiales al igual que de los Organismos que las adquieren, la prestación de apoyo para propiciar cambios de comportamiento y el perfeccionamiento del personal, y el aumento de los presupuestos y la financiación.
El análisis realizado por la ONU llega en un momento en que el sector de la salud está sometido a una presión cada vez mayor para reducir su huella de carbono y reducir al mínimo la cantidad de desechos que se envían a los vertederos, lo que se debe en parte a la mayor preocupación por la proliferación de los desechos de plástico y sus efectos en el agua, los sistemas alimentarios y la salud humana y de los ecosistemas.