✒Adriana Varillas
📸Paola Chiomante
En medio del aroma a copal, bajo la escucha del sonido del caracol y de los cascabeles, Egilio Dzib Canul, sacerdote maya proveniente de la comunidad de Sahcab Mucuy, en Tulum, alza los brazos al cielo y pronuncia una serie de rezos frente a la majestuosa Laguna de los Siete Colores de Bacalar.
Él, junto con otros sacerdotes y rezadores provenientes de Felipe Carrillo Puerto, Othón P. Blanco, José María Morelos y Tulum, llegaron a Bacalar a oficiar una ceremonia de consagración para pedir perdón a este cuerpo lagunar, cuyas aguas de distintas tonalidades de azul, fueron allanadas por maquinaria pesada y rellenos, semanas atrás, como parte de una obra no consensuada con la comunidad, para “el descanso de militares estresados”.
“Kiich Ke’elem Yuum”, repitió cada vez, Egilio, como parte de un ritual dirigido a entidades sagradas, veneradas ancestralmente, a quienes invoca cada que eleva con sus manos el tumben ché o sahumador, del cual se desprende el humo que suma a la mística del momento.
Moviendo sus manos alrededor del fuego sagrado que encendió, minutos antes, le habla a las abuelas y abuelos mayas, a quienes pidió bendecir al agua y orar por su protección.
Egilio, penacho sobre la cabeza, elaborado con plumas de ave y cuero, vestido de blanco y a la cintura una faja gruesa color rojo, llamada ixik, o cinturón ceremonial, está flanqueado por dos muchachos; uno, quien toca el caracol y, otro, quien lleva el ritmo del ritual, mediante el tunk’un, que va marcando, incluso, el ritmo del latido cardiaco, el cual se calma o acelera.

A su diestra, bastón en mano, estaba Roberto Herrera Santana, jefe supremo maya en Quintana Roo, “Ha’alach wiinik maya’ob Quintana Roo, yéetel, usos y costumbres tumen ti kob”.
Su presencia y la de los otros, vestidos con ropas de manta blanca, no es gratuita y obedece a las recientes y crecientes amenazas que enfrenta la Laguna Bacalar, importante fuente de vida para una diversidad de especies animales; admirado por su belleza natural y, junto con el Fuerte de San Felipe, emblemas turísticos e históricos de este municipio, localizado en el sur de Quintana Roo.
“Estamos reunidos en esta ceremonia para pedir su bendición. Que nos guíen, nos protejan y nos den fuerza en nuestra vida. Con respeto ofrecemos nuestras palabras, nuestro incienso y nuestros corazones.
“Escuchen nuestro llamado. Que esta ofrenda sea recibida con alegría. Gracias por acompañarnos, por darnos luz y por no dejarnos solos. Esta ceremonia es para ustedes, con humildad y devoción”, dijo en maya Egilio, mientras se escuchaba el compás del tunk’un, instrumento de percusión, hueco, tallado en madera, golpeado con mazos de goma por un muchacho.

De la mesa en donde fue colocada la ofrenda, con flores, artesanías de cabeza de jaguar, cuencos y pétalos de flores, Egilio tomó agua con la que fue bendiciendo a los presentes, entre quienes se encontraban residentes de Bacalar; también tomó granos de maíz, para la prosperidad, que obsequió en mano.
En uno de los momentos principales del ritual, él y otros sacerdotes se acercaron a la orilla de la laguna. Con el sahumerio, el fuego encendido y una suerte de sonaja prehispánica, rellena se semillas, Dzib Canul rezó, hablándole al agua. Miembros de la comunidad residente e incluso turistas fueron bendecidos., mientras el tunk’un aumentada su ritmo.
“In la keech”, repitió Egilio, para expresar “te doy gracias”, seguido del “yum bo’otik”, para agradecer a Dios y cerrar la ceremonia, también en maya.

Al tomar la palabra, Roberto Herrera se dirigió a la gente para dar las gracias. Sosteniendo con el brazo izquierdo su bastón, utilizó su mano derecha para apoyar sus propias palabras:
“Estamos reunidos todos con el corazón en la mano (…) para celebrar esta ceremonia de consagración a nuestras lindas aguas sagradas, en la cual nuestros ancestros mayas nos han enseñado los valores de la cultura, de los orígenes, de las raíces (…) Fueron aquellos quienes nos enseñaron a cuidar y a valorar lo que hasta ahora nos da de comer, que es nuestra Madre Tierra.
“Pero para que esto suceda, tenemos que darle gracias al agua. A nuestra agua, a nuestro sol, tierra, aire. Todos estos componentes son los que nos hacen una integración de vida, de calidad, sin eso no podríamos tener lo que ahora tenemos. Es un conjunto que nada puede fallar para que nosotros estemos bien”, expresó.

Herrera subrayó que se reunieron ahí, en Bacalar, en torno al mar, a los cenotes, a los ríos subterráneos, a la laguna y, en resumen: Al agua.
“Es por eso que estamos reunidos, para que reunidos pidamos la armonía entre nosotros, como seres humanos, con la Madre Naturaleza y el agua. Es momento de pedir perdón por todo lo que se le ha hecho. Se le ha invadido y se le ha maltratado y eso hace que nuestra vida sea más corta.
“Hagamos conciencia de cuidar, de preservar y de valorar. Perdón, por los daños que le han hecho. Perdón por los que creen que, al hacer cosas materiales, (no) perjudican a la naturaleza. Perdón porque tenemos un tesoro vivo que es parte de nuestra vida y nos da vida a nosotros. Perdón, porque si nosotros no hacemos conciencia, seguiremos perjudicando, maltratando, seguiremos violando el territorio.
Convoco entonces a unirse a defender la vida como pueblos originarios y “únicos mayantes del mundo”; como los llamados a preservar y a salvar.
Aclaró que el encuentro estaba motivado por un bien mayor y llamó a “no hacer oídos sordos” al mensaje:
“que no seamos ciegos, que no seamos burros, que seamos unidos y fuertes para defendernos”.
La ceremonia se realizó la mañana del jueves, a tan solo unas horas de que miembros de la comunidad sostuvieran una reunión de alto nivel en el Palacio municipal de Bacalar, con el general Fidel Mondragón Rivero, comandante de la 34 Zona Militar de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), en Chetumal.

Estuvo ahí también, el alcalde, Alfredo “Chepe” Contreras e integrantes de su gabinete; el delegado del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Margarito Molina y residentes del municipio.
El general Mondragón les informó, entre otras cosas, del reajuste de las obras realizadas al pie de la Laguna de los Siete Colores, con motivo de la “casa de descanso para militares estresados”, que quedó exenta de evaluación del impacto ambiental por parte de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), lo que impidió que el proyecto fuese sometido a consulta pública.
Construcción repudiada por la ciudadanía
Las obras generaron en marzo pasado, manifestaciones y protestas, ante la opacidad con que se manejó el tema.
Ante el descontento, la Sedena aceptó reajustar el alcance de los trabajos y, de un edificio de tres niveles en un lote entre la laguna y el Fuerte San Felipe, se redujo a un nivel y la altura también descendió.

Mientras ocurría, entre la comunidad hubo ciudadanos que presentaron un primer amparo, del cual se desprendió una primera suspensión provisional, incidente dictado por un juez de Distrito, por actos reclamados a la Semarnat y a la Sedena.
En días pasados se dio a conocer la existencia de un segundo amparo promovido por las organizaciones Proyecto Justicia Común (PROJUC) y Defendiendo el Derecho a un Medio Ambiente Sano A.C. (DMAS), que también obtuvieron el una suspensión provisional.
El general comunicó a los ciudadanos asistentes al encuentro oficial, que las obras se encontraban suspendidas.
En efecto, en un recorrido por el lugar, se pudo observar que las máquinas se encuentran dentro del predio, sin trabajar.
Entre los acuerdos se indicó que la Sedena haría público el resultado de la reunión, mediante una minuta ayer, misma que aún no ha sido difundida.